OPINIÓN.
Por más que lo intentaba, no conseguía quitarme de la cabeza
la secuela del irracional accidente aéreo del pasado 24 de marzo en las
escarpadas cumbres alpinas francesas. Para atemperar mis aceleradas neuronas,
decidía recluirme en el despacho de casa y enfrentarme a la página en blanco que
me brindaba mi maquinilla de juntar palabras en busca de una respuesta
imposible. ¿Por qué tanta tragedia? (150 personas muertas, incluidas bebés y
adolescentes), era la gran pregunta que se hacía todo el mundo y que nadie atinaba
a contestar. Luego, en mi memoria, se me entrecruzaban las mil y una historias
vividas en el aeropuerto de Barcelona-El Prat, desde el que durante más de tres
décadas me dediqué a contar para la Agencia Efe los avatares de los que viajan
en avión.
Delante de la trágica magnitud de este suceso, todas las
demás historias acontecidas últimamente quedaban
relegadas a un segundo plano. La noticia, además, me tocaba bastante de cerca,
porque fue del aeropuerto de El Prat, ubicado casi en su totalidad en el
término municipal de la ciudad en la que vivo, de donde partió el fatídico
vuelo 4U 9525 de Germanwings; la misma compañía de low cost de Lufthansa que
unos días antes había utilizado una hija mía para viajar a Alemania. Entre las
víctimas, había personas que vivían o
trabajaban en mi comarca (Baix Llobregat),
y en el colegio barcelonés en el que estudian dos de mis nietos, se recordaba al
padre de tres alumnos, que también fallecía en el accidente.
Y en medio de la consternación general, trascendía que fue Andreas
Lubitz, el presunto psicópata y copiloto del A-320, quien en plan kamikaze había
estrellado el avión en los Alpes. Mientras tanto, la policía investigaba el
origen de unos tuits ofensivos, que unos descerebrados colgaban en las redes
sociales, haciendo escarnio de algunas de las víctimas del accidente por ser
catalanes. Un servidor, que es gallego por los cuatro costados, pero que tiene
hijos y nietos catalanes, una vez más, comprobaba que la estupidez humana no
tiene límites. Si no, ustedes mismos juzguen el contenido de esta perla que me llegaba
vía Facebook: “Lo del accidente de avión
me parece muy bien si había catalanes dentro de él”. “Verdaderamente
vomitivo”, me apuntaba mi amigo (“El Cínico”). Manuel Dobaño (Periodista). Pueden leer también este artículo en El Prat al Día.
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