OPINIÓN.
Por mi tierra gallega se acostumbra a decir, más o menos,
que “cada un fala da feira según lle vai nela” (cada uno habla de la feria según
le va en ella). Y este agropecuario proverbio se puede aplicar a la delicada
cuestión de esas ‘otras lenguas’ que, según mi particular opinión, se hablan en
la piel de toro y luchan por una difícil supervivencia en tiempos de
globalización y de absoluta supremacía de las lenguas hegemónicas que ahora mismo
dominan el cotarro en el mundo, entre las que se encuentra el español, un
idioma en constante crecimiento y que no requiere que nadie lo defienda. Pero
las que sí necesitan atención y protección permanente, son las llamadas lenguas
minoritarias, un patrimonio que está en peligro de extinción.
Cabe recordar que, según la UNESCO, unas 2.000 lenguas están
condenadas a desaparecer en este siglo XXI de la faz de la tierra. Delante de
tan negros presagios, se hace necesario proclamar que la lengua materna constituye
la esencia más pura y sensible que te identifica con la patria chica. Y hago
esta íntima reflexión, desde la aparente contradicción que supone haber
aprendido mis primeras letras en Segovia, realidad que no me impediría enamorarme
de las dos lenguas vernáculas propias de Galicia y Cataluña. Sin embargo, las
circunstancias políticas del pasado, casi me convirtieron en analfabeto de ambos
idiomas, sobre todo, en lo que concierne a la facultad de escribir de forma
fluida, tanto en gallego, como en catalán.
Los políticos, que acostumbran a pervertir todo lo que
tocan, son los culpables, en primera instancia, de que todavía perviva en
España el llamado conflicto lingüístico. El día de su coronación, Felipe VI
apeló ‘al respeto a las lenguas y culturas del país’, consciente de que ésta es
una peliaguda cuestión pendiente. Y no hace mucho, la Real Academia Galega
(RAG), alertaba del ‘deterioro del idioma gallego’; mientras que, aquí, en
Cataluña, el ministro Wert sigue empecinado en su cruzada de ‘españolizar’ a
los niños catalanes. Hablar en gallego, no es de analfabetos, son analfabetos
los que, como Rajoy y compañía, solo se expresan en castellano, creyendo que
así son más cultos y refinados. El secular desprecio y estancamiento que han
sufrido ‘las otras lenguas’, es consecuencia directa de la ignorancia.
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