Opinión.
De
un tiempo a esta parte ando un poco pachucho por culpa de un puñetero
proceso catarral
Manuel Dobaño. Periodista |
Recuerdo
que el día que se entroniza el libro y la rosa en Cataluña, estaba
bastante zombi e, incluso, se me había olvidado tomar parte de los
potingues que me había recetado mi doctora de cabecera; pero
sucedía que al final del referido partido de fútbol notaba que se me
había disparado el nivel de bilirrubina y la perruna tos se había
adormecido como por arte de magia. Fue entonces cuando mi hija Carlota
(que de eso sabe bastante más que yo) me comentaba
que la victoria blaugrana había tenido un efecto balsámico sobre mi
resquebrajada salud. Bromas aparte, la cierto es que nunca he disimulado
mi afición por el Barça y también por el Celtiña, porque, aunque nacido
en Galicia, llevo viviendo en Cataluña un montón
de años, y en Madrid, no se me perdió nada.
Al
hilo de los beneficiosos efectos terapéuticos que pueden provocar las
pequeñas alegrías, me permito recomendar a todos los prebostes que
recientemente han entrado en la trena (Ignacio González, Jordi
Pujol Jr, etc. etc.), que se acostumbren a metabolizar positivamente,
eso, las cosas buenas de la vida. A propósito de esta cuestión en
concreto, me imagino a todos los ilustres huéspedes de la llamada ‘jaula
de oro’ de Soto del Real jugando al
Monopoly para
así mantener viva su compulsiva pasión por el maldito parné. Y antes de
poner punto y final a esta nueva entrega epistolar, desearía felicitar a
mis paisanos del Museo da Limia, que han inaugurado una
colorista exposición de más de 200 figuras de rana; una iniciativa que
nada tiene que ver con esas otras ‘ranas’ que han dejado en la estacada a
Esperanza Aguirre.
También puede leer este artículo en El Prat al Día.
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