Opinión.
En esta ‘mi querida
España’, que cantaba en vida la añorada Cecilia, siguen sucediendo cosas
asombrosas y sus truhanes protagonistas no siempre son de primera división,
tipo Bárcenas y Cía. Lo leía hace unos días en La Región, el centenario periódico de mi tierra al que acostumbro a
remitir mis cuitas semanales: “Guardia Civil, árbitro y ¿ladrón de carteras?”.
Este era el llamativo titular de la noticia acontecida recientemente en el
campo de Outeiro Maior de la población ourensana de Vilamarín. Allí se
disputaba un partido de fútbol de la liga provincial de veteranos y resultó que
el ‘trencilla’ del encuentro, que compagina su afición futbolera con la de
agente de la benemérita, aprovechó el descanso del partido para penetrar en el
vestuario visitante y arramblar con la cartera de un jugador del Atlético A
Peroxa.
Si bien inicialmente el
avispado árbitro negó los hechos, a pesar de ser reincidente en este tipo de
‘jugadas’, al final decidió devolver lo sustraído a su víctima, que se
comprometió a no presentar denuncia. La presencia en el recinto deportivo de
una pareja de la Guardia Civil fue determinante a la hora de zanjar amistosamente
tan extraño desenlace propio de un país de pillastres, como la historia que
hace años me tocó relatar para los lectores de La Región: “La leyenda del falso conde”. El personaje en cuestión
se llamaba José Leyenda Limia, (autoproclamado ‘Conde de Leyenda’), un moderno
pícaro, capaz de embaucar y estafar al mismísimo diablo. Era de Ourense, donde
un día salió por piernas para que no lo trincaran.
Al falso conde lo conocí
en Cataluña, en la década de los años 60 del siglo pasado, y no pude evitar que
se colara en mi boda. Una de sus ‘empresas’ más florecientes eran unas tómbolas
benéficas que él mismo saqueaba para beneficio propio. Mi malogrado amigo, Carlos
Casares me desveló que, con motivo de un intercambio cultural galaico-catalán,
el famoso Leyenda se ofreció a ejercer de guía turístico por la Ciudad Condal y
solo les mostró el Barrio Chino, lugar en el que, por aquellas, tenía
establecidos sus ‘negocios’. Fue realmente un personaje de leyenda, casi de
primera división, capaz de inspirar una novela o un poemario. “Mi querida España./Esta España mía,/esta
España nuestra./De tu santa siesta/ahora te despiertan/versos de poetas…”, mi
amigo (“El Cínico”) me recordaba parte de la letra de la canción de Cecilia. Manuel Dobaño
(Periodista). También puede leer este artículo en El Prat al día.
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