lunes, 16 de noviembre de 2015

París ensombrece Cataluña

 Opinión.
Antes de empezar esta nueva crónica, en la que intento compendiar mis reflexiones semanales, quisiera enviar un emocionado recuerdo a las personas que la noche del pasado viernes, 13 de noviembre perdieron la vida en París, víctimas de la irracionalidad y del  fanatismo humano. Cuando trascendió la noticia, no pude evitar acordarme de mis placenteros paseos por el centro de la capital francesa, escenario de la masacre; igual que, en su día, rememoré mi circunstancial presencia en otros lugares en los que se produjeron atentados similares, como los de la londinense King’s Croos Station y la madrileña estación de Atocha. Espero y deseo fervientemente que el clarividente raciocinio se imponga al ciego fanatismo. 

No cabe duda de que el atentado terrorista de París ensombreció todo lo demás, incluida la historia que inicialmente tenía preparada, y que es la siguiente: De mis añorados tiempos de estudiante de bachillerato, de cuando tuve el placer de acercarme a los clásicos griegos y latinos -esos maestros que están en la base de nuestra cultura-, he conseguido retener en la memoria unas cuantas frases célebres, como aquella que pronunció Julio César frente al río Rubicón: “alea jacta est” (‘la suerte está echada’). No sé por qué, pero tengo la impresión de que la suerte también está echada tras el órdago de la resolución independentista del Parlament de Cataluña. Aunque resulta casi imposible saber cómo puede acabar finalmente la agitada res pública del Principado, debido a la avalancha de noticias que se suceden diariamente, intentaré exponer mi particular punto de vista. 

Los que nos ha tocado vivir en esta parte de la piel de toro, estamos soportando el enrevesado proceso soberanista catalán de formas muy diversas, según el particular credo de cada cual. Al margen de la enconada dialéctica que mantienen los grupos políticos en liza, un servidor ha decidido mirárselo a cierta distancia, convencido de que el tiempo se encargará de dejar las cosas en su sitio, o lo que es lo mismo, de imponer el necesario ‘sensus communis’ que requiere la cuestión. Me imagino que más de uno pensará aquello de que no me quiero mojar,  que estoy escondiendo mis simpatías políticas y tal, pero les aseguro que solamente me mueve la curiosidad, una especie de virus con el que solemos convivir los periodistas.

Mi amigo (“El Cínico”), no para de repetirme que él pasa olímpicamente de todo, que en su barrio los hay de todos los colores y que el llamado conflicto catalán no es, ni mucho menos, el apocalipsis, tal como se acostumbra a comentar fuera de Cataluña. Lo único que le preocupa a mi amigo es el “¡vae victis!” (‘¡ay, de los vencidos!’), esa otra conocida locución latina que ha sobrevivido al paso del tiempo y que se solía usar para sacar a relucir la impotencia del vencido ante el vencedor a la hora de las negociaciones entre ambos contendientes. Para evitar el llamado ‘choque de trenes’, percibo que hay una mayoría de ciudadanos que se inclinan por la negociación política como la mejor terapia para curar el síndrome del ‘separatismus’. VIVE LA FRANCE!  Manuel Dobaño (Periodista). Puede leer también este artículo en El Prat al día.

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