Opinión.
Antes de empezar esta nueva
crónica, en la que intento compendiar mis reflexiones semanales, quisiera
enviar un emocionado recuerdo a las personas que la noche del pasado viernes,
13 de noviembre perdieron la vida en París, víctimas de la irracionalidad y
del fanatismo humano. Cuando trascendió
la noticia, no pude evitar acordarme de mis placenteros paseos por el centro de
la capital francesa, escenario de la masacre; igual que, en su día, rememoré mi
circunstancial presencia en otros lugares en los que se produjeron atentados
similares, como los de la londinense King’s Croos Station y la madrileña
estación de Atocha. Espero y deseo fervientemente que el clarividente
raciocinio se imponga al ciego fanatismo.
No cabe duda de que el
atentado terrorista de París ensombreció todo lo demás, incluida la historia
que inicialmente tenía preparada, y que es la siguiente: De mis añorados tiempos
de estudiante de bachillerato, de cuando tuve el placer de acercarme a los
clásicos griegos y latinos -esos maestros que están en la base de nuestra
cultura-, he conseguido retener en la memoria unas cuantas frases célebres,
como aquella que pronunció Julio César frente al río Rubicón: “alea jacta est” (‘la
suerte está echada’). No sé por qué, pero tengo la impresión de que la suerte
también está echada tras el órdago de la resolución independentista del Parlament
de Cataluña. Aunque resulta casi imposible saber cómo puede acabar finalmente la
agitada res pública del Principado, debido a la avalancha de noticias que se
suceden diariamente, intentaré exponer mi particular punto de vista.
Los que nos ha tocado
vivir en esta parte de la piel de toro, estamos soportando el enrevesado proceso
soberanista catalán de formas muy diversas, según el particular credo de cada cual.
Al margen de la enconada dialéctica que mantienen los grupos políticos en liza,
un servidor ha decidido mirárselo a cierta distancia, convencido de que el
tiempo se encargará de dejar las cosas en su sitio, o lo que es lo mismo, de
imponer el necesario ‘sensus communis’ que requiere la cuestión. Me imagino que
más de uno pensará aquello de que no me quiero mojar, que estoy escondiendo mis simpatías políticas
y tal, pero les aseguro que solamente me mueve la curiosidad, una especie de
virus con el que solemos convivir los periodistas.
Mi amigo (“El Cínico”),
no para de repetirme que él pasa olímpicamente de todo, que en su barrio los
hay de todos los colores y que el llamado conflicto catalán no es, ni mucho
menos, el apocalipsis, tal como se acostumbra a comentar fuera de Cataluña. Lo
único que le preocupa a mi amigo es el “¡vae victis!” (‘¡ay, de los vencidos!’),
esa otra conocida locución latina que ha sobrevivido al paso del tiempo y que
se solía usar para sacar a relucir la impotencia del vencido ante el vencedor a
la hora de las negociaciones entre ambos contendientes. Para evitar el llamado
‘choque de trenes’, percibo que hay una mayoría de ciudadanos que se inclinan
por la negociación política como la mejor terapia para curar el síndrome del ‘separatismus’.
VIVE LA FRANCE! Manuel Dobaño
(Periodista). Puede leer también este artículo en El Prat al día.
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