OPINIÓN.
Caminando por las calles de la ciudad en la que vivo, en
medio de un inusual ‘caloret’ estival, no
alcanzaba a ver otra cosa que no fuera propaganda electoral por doquier:
carteles, banderolas y pequeñas carpas plantadas en medio de la vía pública desde
las que las diferentes formaciones políticas trataban de engatusar al personal.
Ya de regreso a casa, me encontraba con el buzón de correos abarrotado de más
mandanga propagandística del 24-M, y no digamos lo que vendría luego en la tele
a la hora de comer. Menos mal que, para curarme en salud, optaba por cambiar
inmediatamente de canal y, así, decidía poner sordina a una sobredosis mañanera
de promesas electorales que mayormente se me antojan incumplidas.
De antemano, quisiera pedir disculpas a los
bienintencionados ciudadanos que creen a pies juntillas en las buenas
intenciones de una corrupta estirpe política que en buena parte está al
servicio de los más poderosos. De la próxima cita electoral, solo me resta
desear que se produzca un higiénico cambio político, capaz de generar nuevas
ilusiones entre los más desfavorecidos. En cierta manera, los años me han
convertido en un escéptico y, dicho sea de paso, también me considero un
insumiso de cualquier tipo de anuncios comerciales que permanentemente incitan
a adorar al dios consumo. No es la primera vez que lo escribo: las grandes
superficies han devenido en las nuevas catedrales de una perversa religión pagana.
Conforme se acercaba la fecha del 24 de mayo de 2015, observaba
que el clima electoral se crispaba y penetraba poderosamente en las redes
sociales. Es lo más parecido a una subasta y me recordaba bastante a aquellos legendarios
charlatanes que en mi Galicia natal iban de feria en feria vendiendo sus cachivaches.
En el barrio, me volvía a encontrar con mi amigo (“El Cínico”), que siempre
está al acecho, para preguntarme si había leído lo de José Sacristán. Ante mi negativa,
se metía la mano en el bolsillo y me mostraba un recorte de periódico en el que
se destacaba la siguiente frase del actor de Chinchón: “Con todo lo que se
sabe, muchos volverán a ser votados y habrá que admitir que somos un país de
mierda”.Manuel Dobaño (Periodista). Puede leer también este artículo en El Prat al día.
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