OPINIÓN.
El pasado viernes, 13, fecha temida por los anglosajones, me
volvía a pasar por la emisora de radio de la ciudad en la que vivo para debatir
asuntos de actualidad. Fuera del orden del día preestablecido, la primera
cuestión que abordamos los tertulianos invitados fue la reprobable aparición de
pintadas contra el candidato a la alcaldía de El Prat de Llobregat y portavoz
adjunto del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados, Antonio Gallego. Después
de dejar patente nuestra repulsa por este tipo de acciones intimidatorias, un
servidor aprovechaba la ocasión para recordar las cartas anónimas que no hace
mucho alguien depositó en el buzón de correos de mi domicilio, con el torticero
propósito de coartar mi libertad de expresión.
El viernes, 13, asimismo, leía en el diario La Región de
Ourense una de esas historias que de chaval solía escuchar en las ‘feiras’ de
mi villa natal (Xinzo de Limia). Eran los famosos cantares de ciego, en los que
se recitaban los sucesos más escabrosos de la época, como el acontecido recientemente
en Vilanova dos Infantes. En este pueblo ourensano, están de luto por la misteriosa
muerte violenta de su párroco, don Adolfo Enríquez, y por la desaparición de su
venerada Virxe do Cristal, considerada la imagen mariana más pequeña del mundo.
Como una reminiscencia de la iletrada España, en la que pululaban pícaros y
truhanes, suceden las mismas historias de siempre, como las que cantaban aquellos
ciegos (o a los que fingían serlo).
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