OPINIÓN.
Tengo un amigo con cierta carga de mala leche, que gusta de
echar leña al fuego cuando la cosa está que arde, como ahora mismo ocurre con la
crisis del ébola. A mi amigo me lo tropecé hace poco y me largó que lo del ébola
le ha venido de perlas a más de uno, para que así no se hable tanto de otros’ virus’
más malignos, tales como el de las tarjetas black o opacas, o sea, no
trasparentes, de Caja Madrid, de los tiempos de Miguel Blesa y de su selecta compañía.
El kafkiano caso del juez Elpidio José Silva, al que se solicita una
inhabilitación de 17,5 años por haber tenido la osadía de meter en la trena al
mentado Blesa, también tiene su miga. Una sentencia ejemplarizante, se ha
dicho, y una nueva versión del juez juzgado. Y mientras tanto, el que un día
declaró que la justicia era ‘un cachondeo’ -el ex-alcalde de Jerez, Pedro
Pacheco-, está a punto de ingresar en chirona, igual que la Pantoja.
La verdad es que no se ha hablado de otra cosa últimamente,
todos los medios de comunicación echaban humo: La auxiliar de enfermería
contagiada de ébola, “sigue ‘estable’ dentro de la gravedad”, era una de las
noticias que destacaban estos días la prensa gallega; porque Teresa Romero
nació en Becerreá, donde la enferma estuvo ‘hace poco’. Pero no solo estaban
preocupados los vecinos de esta localidad lucense, sino también Mariano Rajoy,
que se esforzaba en tranquilizar al personal. Precisamente, es en este punto
cuando mi amigo volvía a meter cuchara para recordar aquella legendaria
palabreja de los ‘hilillos’ que soltaba el Prestige,
aquel funesto petrolero que ennegreció y envenenó las bellas costas gallegas.
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