OPINIÓN.
Nunca me hubiera imaginado años atrás que la simple
publicación de un par de fotos en mi página de Facebook, me serviría para
cerciorarme de que el fenómeno de la amistad virtual, que se acostumbra a
cultivar a través de las redes sociales, no tiene límites. Mi padre (e.p.d.)
solía repetir la cantinela de que él no aspiraba a ser millonario en dinero,
pero sí presumía de serlo en amigos; ello a pesar de que, en su tiempo, las
redes sociales todavía era una auténtica utopía. Sin embargo, con el paso de los
años, las cosas fueron cambiando radicalmente, y ahora mismo nos encontramos
con toda una serie de tremendos adelantos tecnológicos que te permiten hacer
amigos en los cinco continentes. Es la globalización de la amistad.
‘Quien tiene un amigo, tiene un tesoro’, era una de las sentencias
que se acostumbraba a decir in illo
témpore para valorar esa virtud tan profundamente arraigada al ser humano,
cual es la de la desinteresada amistad. Para compensar mis muchos defectos, yo siempre
me he esforzado en ganar amigos a lo largo de mi ya dilatada existencia. Mi
progenitor lo tenía clarísimo y solía proclamar que el vil metal, además de corromper
y ser el desencadenante de múltiples conflictos, era portador de múltiples
microbios y, por tanto, causante de más de una enfermedad contagiosa. Y él
sabía bastante de esas cosas, porque no en vano había trabajado en la antigua ‘Farmacia
Peláez’ de mi villa natal (Xinzo de Limia), regentada por mi tío Celso.
¿Y qué pinta la sal en todo este embrollo?, pues que
las fotos a las que aludía al principio de esta croniquilla estival, están
relacionadas con mi reciente paso por ‘Salinas Grandes’, un blanquísimo e
inmenso lago de sal, situado al norte de Argentina, a 3.600 metros de altura. Docenas
de amigos compartieron la belleza de las imágenes y me reafirmaron sus vínculos
de amistad. Razones más que suficientes para aseverar que la amistad es eso, la
sal de la vida. Mi primo, Porfirio, es un ferviente defensor de la sal, un compuesto
químico que califica como ‘el sabor de los sabores’, y su importancia viene
determinada por el hecho de que los dineros que recibe el currante, aún se
sigue llamando salario, como en tiempos de la antigua Roma. Existen otros ‘salarios’,
como los que ha percibido el clan Pujol y compañía, pero esa es otra historia… Manuel Dobaño (Periodista). Puede leer también este artículo en El Prat al día.
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