Opinión.
Manuel Dobaño. Periodista |
Recuerdo
que, en medio de la confusión y del nerviosismo del momento, alguien me
increpó severamente, llamándome “¡cuervo-carroñero!”. Todavía resuena
en mis oídos tan contundente recriminación. Mientras
intentaba aguantar el chaparón de improperios, que fue in crescendo, yo
me limitaba a apuntar en mi bloc de notas todos los detalles del
siniestro, y no decidí abandonar el lugar hasta completar el
correspondiente pie de foto de unas imágenes que, al día siguiente,
destacarían en portada la mayoría de periódicos. Realmente, fue una
experiencia excitante, en la que tuve la ocasión de cubrir una
información para la Agencia Efe, en vivo y en directos, sin
intermediarios y sin los filtros de los gabinetes de prensa.
Era,
una vez más, mi amigo (“El Cínico”), quien me comentaba lo del
truculento suceso del periodista y abogado, Alfons Quintà, que decidía
suicidarse después de matar a su esposa. De este atormentado y
amargado personaje, de oscura existencia, se ha escrito que “vivió como
murió, haciendo daño hasta el último momento de su vida”. A mi amigo le
dejaba boquiabierto al confesarle que llegué a conocer personalmente a
Quintà en el transcurso de una frustrada
visita de cortesía que le hice en los tiempos que ejerció de juez de 1ª
Instancia en El Prat de Llobregat. Cuando se enteró de que era
periodista como él, sin razón aparente, me dijo que abandonara su
despacho ipso facto. Se cuenta que el primer director que
tuvo TV3 dejó pocos amigos en este mundo.También puede leer este artículo en El Prat al día.
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