Opinión.
Mitigada
parte de la tristeza que me producía la reciente muerte de mi hermano
Celso, me animo a reemprender la rutina de comentar algunos recovecos de
la actualidad que me llamaban particularmente la
atención de este asfixiante final de verano. De entrada, observaba que,
en general, la cosa pública hispana continuaba tan amuermada como de
costumbre (la frustrada boutade del exministro Soria colmaba todas mis
expectativas más negativas). O sea, que la vida
sigue (casi) igual, parodiando un poco la letra de aquella famosa
canción de Julio Iglesias. Y para saludar la inminente llegada del
otoño, nada mejor que la Festa Major de la ciudad en la que vivo, que ya
está a la vuelta de la esquina. Amenizarán la fiesta,
mis paisanos ‘Siniestro Total’ y un montón de artistas más.
Al
margen de un desternillante asuntillo que me contaba mi entrañable
amigo (“El Cínico”), y que desvelaré más adelante, una vez más, reitero
que me importa un bledo la amenaza
de celebrar nuevas elecciones generales el
navideño día 25 de diciembre, o bien el 18 del mismo mes, festividad de
la Virgen de la Esperanza. Desde hace demasiado tiempo, no hay nada que
me aburra más que las batallitas
que se llevan entre manos los inútiles líderes políticos que, insisto,
no han parado de marear la perdiz, incapaces de conjugar el verbo
pactar. ¡¡Sí, estoy completamente de acuerdo!! A todos ellos los
enviaría a galeras y a ser sustituidos por otros nuevos,
con menos costra de incompetencia en su epidermis ideológica…
Y
ésta era la ‘acojonante’ historia que mi amigo acababa de leer en los
periódicos. Me cuenta que a un ciudadano noruego se le quedó atrapado un
testículo en una silla de agujeros mientras se duchaba con
agua caliente. Tras un buen chorro de agua fría en sus partes íntimas,
el testículo recobró finalmente su tamaño natural y así pudo sacarlo del
agujero. Los linces de Ikea le recomendaron que cambiara la silla por
otra, ‘pero sin agujeros’. Recuerdo que cuando
hacía la mili corría la leyenda de que en cierto campamento militar
trataban las almorranas de la tropa con una simple pincelada de yodo.
Pero cuando a un enfermo de anginas el sargento le preguntó sobre cuál
era su mayor deseo como soldado, éste le contestó:
“¡qué me cambien el pincel, mi sargento!”, en lugar de pregonar el
preceptivo, ‘¡morir por la patria!’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario