OPINIÓN.
Creo que fue Albert Camus quien, antes de fallecer a los 46
años en un accidente de tráfico (1960), había declarado que lo que más le
horrorizaba de este mundo era la posibilidad de morir estúpidamente en un vulgar
accidente de tráfico. Ha pasado más de medio siglo y las premonitorias palabras
del laureado escritor galo siguen vigentes. No hay final más triste que acabar con
tu vida en una carretera cualquiera. El último balance de víctimas post Semana
Santa arrojaba un balance de 25 muertos y 14 heridos, entre los que se
contabilizaban 11 motoristas; una trágica y creciente estadística que certifica
el peligro añadido de competir solo con un par de ruedas y sin carrocería en la
tenebrosa jungla del negro asfalto.
Durante mi larga experiencia periodística, no fueron pocos
los accidentes de tráfico con víctimas que trasmití a la Agencia Efe. Porque,
me insistían los compañeros de redacción, tenía que haber muertos para que
fuera noticia. Pero existen otras maneras de morir estúpidamente en la vida y
no exclusivamente en una carretera, me recordaba días atrás mi amigo (“El Cínico”), quien me contaba
que, antes de la pasada Semana Santa, moría un hombre en el cementerio de San
José de Scranton (Pensilvania -EE.UU), tras ser aplastado por la lápida de
piedra de su suegra, de 180 kilos de peso. La noticia, de auténtico humor
negro, precisaba que la víctima se llamaba Stephen Woytack, un jubilado de 74
años.
Pero no hay que ir tan lejos para encontrarse con una noticia
de este calibre. Recuerdo que, en la década de los años 80 del siglo pasado, me
tocó relatar la rocambolesca historia de un buen samaritano que falleció al
socorrer a una epiléptica. Este era el titular de un curioso suceso en el que
explicaba que en el cementerio del Este de la ciudad en la que vivo había
muerto, víctima de un infarto, el portero de una fábrica situada frente al
camposanto, el cual había acudido a auxiliar a una señora que había sufrido un
ataque epiléptico mientras visitaba el citado recinto funerario. En la
correspondiente información, que oportunamente pasé a mi agencia de noticias, detallaba
que la epiléptica consiguió recuperarse sin mayores sobresaltos.Manuel Dobaño (Periodista). Puede leer también este artículo en El Prat al día.
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